miércoles, 16 de mayo de 2007

Ejercicio 1.
Lee a continuación el siguiente texto, en el cual hemos omitido las comas. Colócalas donde creas que es necesario. Recuerda que una de las funciones de las comas es separar elementos análogos y elementos incidentales. Envía una copia de tu ejercicio resuelto a mi correo electrónico y añade, si tienes, comentarios sobre el texto.


La dama del perrito[i]
Antón Chéjov
(Ucrania, 1860 - Alemania, 1904)

Corrió la voz de que por el malecón se había visto pasear a un nuevo personaje: La dama del perrito.
Dmitrii Dmitrich Gurov residente en Yalta hacía dos semanas y habituado ya a aquella vida empezaba también a interesarse por las caras nuevas. Desde el pabellón Verne en que solía sentarse veía pasar a una dama joven de mediana estatura rubia y tocada con una boina. Tras ella corría un blanco lulú.
Después varias veces al día se la encontraba en el parque y en los jardinillos públicos. Paseaba sola llevaba siempre la misma boina y se acompañaba del blanco lulú. Nadie sabía quién era y todos la llamaban La dama del perrito.
“Si está aquí sin marido y sin amigos no estaría mal trabar conocimiento con ella” pensó Gurov.
Éste no había cumplido todavía los cuarenta años pero tenía ya una hija de doce y dos hijos colegiales. Se había casado muy joven cuando aún era estudiante de segundo año y ahora su esposa parecía dos veces mayor que él. Era ésta una mujer alta de oscuras cejas porte rígido importante y grave y se llamaba a sí misma intelectual. Leía mucho no escribía cartas y llamaba a su marido Dimitrii en lugar de Dmitrii. Él por su parte la consideraba de corta inteligencia, estrecha de miras y falta de gracia por lo que temiéndola no le agradaba permanecer en el hogar. Hacía mucho tiempo que había empezado a engañarla con frecuencia siendo sin duda ésta la causa de que casi siempre hablara mal de las mujeres. Cuando en su presencia se aludía a ellas exclamaba:
—¡Raza inferior!
Considerábase con la suficiente amarga experiencia para aplicarles este calificativo no obstante lo cual sin esta raza inferior no podía vivir ni dos días seguidos. Con los hombres se aburría se mostraba frío y poco locuaz; y en cambio en compañía de mujeres se sentía despreocupado. Ante ellas sabía de qué hablar y cómo proceder y hasta el permanecer silencioso a su lado le resultaba fácil. Su exterior su carácter estaba dotado de un algo imperceptible pero atrayente para las mujeres. Él lo sabía y a su vez se sentía llevado hacia ellas por una fuerza desconocida.
La experiencia una amarga experiencia en efecto le había demostrado hacía mucho tiempo que todas esas relaciones que al principio tan gratamente amenizan la vida presentándose como aventuras fáciles y agradables se convierten siempre para las personas serias principalmente para los moscovitas indecisos y poco dinámicos en un problema extremadamente complicado con lo que la situación acaba haciéndose penosa. Sin embargo a pesar de ello a cada nuevo encuentro con una mujer interesante la experiencia resbalando de su memoria se deslizaba no se sabía hacia dónde. Quería uno vivir y ¡todo parecía tan sencillo y tan divertido!
Así pues hallábase un día al atardecer comiendo en el jardín, cuando la dama de la boina tras acercarse con paso reposado fue a ocupar la mesa vecina. Su expresión su manera de andar su vestido su peinado todo revelaba que pertenecía a la buena sociedad que era casada que venía a Yalta por primera vez que estaba sola y que se aburría.
Los chismes sucios sobre la moral de la localidad encerraban mucha mentira. Él aborrecía aquellos chismes; sabía que la mayoría de ellos habían sido inventados por personas que hubieran prevaricado gustosas de haber sabido hacerlo; pero sin embargo cuando aquella dama fue a sentarse a tres pasos de él a la mesa vecina todos esos chismes acudieron a su memoria: fáciles conquistas excursiones por la montaña. Y el pensamiento tentador de una rápida y pasajera novela junto a una mujer de nombre y apellido desconocidos se apoderó de él. Con un ademán cariñoso llamó al lulú y cuando lo tuvo cerca lo amenazó con el dedo. El lulú gruñó y Gurov volvió a amenazarle. La dama le lanzó una ojeada bajando la vista en el acto.
—No muerde —dijo enrojeciendo.
—¿Puedo darle un hueso?
Ella movió la cabeza en señal de asentimiento.
—¿Hace mucho que ha llegado? —siguió preguntando Gurov en tono afable.
—Unos cinco días.
—Yo llevo aquí ya casi dos semanas.
—El tiempo pasa de prisa y sin embargo se aburre uno aquí —dijo ella sin mirarle.
—Suele decirse en efecto que esto es aburrido. En su casa de cualquier pueblo de un Beleb o de un Jisdra no se aburre uno y se llega aquí y se empieza a decir enseguida: “¡Ah, qué aburrido! ¡Ah, qué polvo!.” ¡Enteramente como si viniera uno de Granada!
Ella se echó a reír. Luego ambos siguieron comiendo en silencio como dos desconocidos; pero después de la comida salieron juntos y entablaron una de esas charlas ligeras en tono de broma propia de las personas libres satisfechas a quienes da igual adónde ir y de qué hablar. Paseando comentaban el singular tono de luz que iluminaba el mar: tenía el agua un colorido lila y una raya dorada que partía de la luna corría sobre ella. Hablaban de que la atmósfera tras el día caluroso era sofocante. Gurov le contaba que era moscovita y por sus estudios filólogo pero que trabajaba en un banco. Hubo un tiempo en el que pensó cantar en la ópera pero lo dejó. Tenía dos casas en Moscú. De ella supo que se había criado en Petersburgo casándose después en la ciudad de S. donde residía hacía dos años y que estaría todavía un mes en Yalta adonde quizá vendría a buscarla su marido que también quería descansar. En cuanto a en qué consistía el trabajo de éste no sabía explicarlo cosa que la hacía reír. También supo Gurov que se llamaba Anna Sergueevna.
Después en su habitación continuó pensando en ella y en que al otro día seguramente volvería a encontrarla. Y así había de ser. Mientras se acostaba repasó en su memoria que aquella joven dama aún hacía poco estaba estudiando en un pensionado, como ahora estudiaba su hija. Recordó la falta de aplomo que había todavía en su risa cuando conversaba con un desconocido. Era ésta seguramente la primera vez en que se veía envuelta en aquel ambiente: perseguida contemplada con un fin secreto que no podía dejar de adivinar. Recordó su fino y débil cuello sus bonitos ojos de color gris.
“Hay algo en ella que inspira lástima”, pensaba al quedarse dormido.

[i] Versión en español tomada de http://www.literatura.us/idiomas/ac_dama.html

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